Pascua

Buenos días, familias:

La Semana Santa es para los cristianos un tiempo para compartir, para vivir en comunidad, para celebrar juntos, como hizo Jesús con sus discípulos en la última cena. Muchos de nosotros tenemos recuerdos muy especiales de este momento del año litúrgico, pues son unas fechas en las que nos juntamos y expresamos nuestra fe de muchas maneras, sintiéndonos parte de una comunidad más grande. Es también un tiempo especial para aquellos que durante el año no suelen manifestar con frecuencia o practicar colectivamente su fe pero que al llegar la Semana Santa ven como se llenan las calles, celebrando y rememorando los últimos días en la vida de Cristo. Normalmente, aprovechamos estos días para juntarnos con familia y amigos en procesiones o alrededor de una mesa compartiendo una comida especial. También para recibir la visita de nuestros padrinos o visitar a nuestros ahijados y obsequiarles con un dulce. Algunos incluso aprovechan para viajar y disfrutar de unos días de descanso.

Todos estos rituales que nos unen, que nos conectan como sociedad, hemos dejado de celebrarlos a causa de esta pandemia que nos mantiene aislados de todo y lejos de todos.

Pero, curiosamente, nos ha tocado estar lejos para estar más unidos, nos ha tocado separarnos para sentirnos más juntos que nunca. Nos ha tocado celebrar individualmente para fortalecernos colectivamente. Y esta paradoja de no poder conmemorar y vivir juntos para poder vivir más y conmemorar mejor en un futuro, supone un cambio muy grande en nuestros rituales de Pascua, pero ojalá suponga también un cambio muy grande en nuestros rituales de vida.

Como cristianos, deseamos con todas nuestras fuerzas que esta situación excepcional provocada por el coronavirus actúe como catalizador para un cambio profundo, pues nos ha forzado a todos y cada uno de nosotros a una reflexión y a una puesta en valor de lo que teníamos y que quizá no apreciábamos o cuidábamos suficientemente.

La Pascua supone renovación, conciencia, conexión. La Pascua fortalece la unión de los miembros de la comunidad cristiana y pone en consideración aquello que realmente tiene importancia y significado para nosotros, que es el amor y la fe en Cristo. Y, este año, la realidad nos ha empujado en masa a esta renovación.

No hemos compartido el pan y el vino, pero ha sonado el timbre en la casa de muchos ancianos para encontrarse con un joven vecino, hasta ahora desconocido, que se ofrece a bajarle la basura o a hacerle la compra. No hemos hecho ninguna procesión, pero hemos aguardado pacientes nuestro turno en las colas y hemos sonreído y agradecido más que nunca a quien nos atiende en el supermercado, en la panadería o en la pescadería. Cada uno ha buscado la forma de ayudar en esta crisis, de compartir lo que tiene, de servir con lo que puede, con la humildad con la que Jesús lavó los pies a sus discípulos. De repente, hemos entendido que somos todos iguales y que nos necesitamos, que tender la mano al otro es lo que realmente nos hace humanos.

Recemos para que las experiencias tan extremas de estos días, lo aprendido y lo vivido, no desaparezcan con la vacuna del virus, que ojalá llegue pronto. Recemos para que los anticuerpos creados contra la soledad, el individualismo, el egoísmo y la prepotencia permanezcan en nuestro sistema, que nuestro corazón tenga memoria. Recemos también para que Dios traiga consuelo y paz a todos aquellos que han sufrido la muerte de un ser querido estos días y para que traiga mucha fuerza y valentía a todos los que nos ayudan a curarnos y a los que se han enfrentado al dolor y sufrimiento que causa esta enfermedad.

Hagamos que el cambio de esta Pascua sea permanente y que salgamos mejores y reforzados en el amor al prójimo y en nuestra vida en comunidad.

Equipo de Pastoral de la Fundación Educere